En esta ocasión les hablaré de ciudadanía, aunque no sea experto en migración, y para ello me apoyaré en este verso bíblico:
“En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20).
El proceso de naturalización extranjera
Lo primero que hay que tener en cuenta es que para poder ingresar a un territorio del cual no somos naturales hay que hacerlo apegándonos a las normas propias del territorio de nuestro interés.
Por ejemplo, para ingresar a los Estados Unidos de América hay que solicitar una visa, sea de visitante/turista (B-1, B2) o de trabajo (H-1, L-1) entre otras, de lo contrario estaríamos haciendo entrada ilegal o fraudulenta, lo cual en términos humanos es posible.
Luego para hacernos residentes y consecuentes ciudadanos hay que completar una serie de requisitos propio de la nación a la que queremos jugar lealtad para de paso gozar de los beneficios que nos brinda. Toda ciudadanía es obtenida por intermediarios, para las terrenales están los matrimonios, empleadores, parientes, entre otros; para la celestial solo hay una opción, Jesucristo.
Concretizar “el sueño americano” conlleva muchos sacrificios, en ocasiones inimaginables, sin embargo muchos están dispuesto a intentarlo haciendo honor al refrán “uno por su mejoría hasta su casa dejaría”. Te aseguro que nadie se embarca en una travesía como esta para obtener la ciudadanía de una nación de peor estatus que la suya, es imposible pensarlo.
La ciudadanía celestial no es diferente, conlleva ser paciente y persistente para obtenerla conforme a la recomendación del cónsul que la otorga, Jesucristo. La palabra “el que venciere” en los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis aparece siete veces acompañadas con varias promesas, una para cada iglesia tratada en esos capítulos. Les dejo estas recomendaciones muy serias:
“Mas el que persevere hasta el fin, este será salvo” (Mateo 24:13).
“Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor” (Mateo 24:42).
“Con vuestras paciencia ganaréis vuestras almas” (Lucas 21:19).
El reino de los cielos es semejante a…
Atendiendo a que la Biblia enseña que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios no nos sorprende ver que el cielo es visto como una nación con muchos atractivos que codiciar, sobre todo con un gobierno justo. Si muchos anhelan tener la eficiencia en todos los sentidos de una nación más desarrollada que la nuestra y hasta desearían trasladarse hacia allá, también deberían anhelar la mejor de todas las ciudades, la celestial.
Toda ciudadanía lleva consigo la idea de un gobierno, de un reino, de ahí la mención de Jesús “el reino de los cielos es semejante a…” cabe destacar que los que desean jurar fidelidad a una nación extranjera están dispuestos a ser fieles al gobierno de dicha nación, así los interesados en la ciudadanía celestial estamos dispuestos a someternos al gobierno justo de Jesucristo.
Dios quiere que el hombre lo comprenda, por eso humanó a su Hijo para que habitara entre los hombres, se comportara como hombre, le hablara como hombre y padeciera como hombre.
La mejor de las ciudadanías
En la ciudad de Filipo había dos grupos de cristianos, los que eran nacionales israelitas y los griegos. El primer grupo conforme a esta cita:
“Porque tú eres pueblo santo para Jehová, tu Dios; Jehová, tu Dios, te ha escogido para que le seas un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra” (Deuteronomio 7:6).
Se sentían orgullosos de ser naturales del pueblo que Dios había escogido y les exigían a los griegos, extranjeros para los israelitas, aunque convertidos al cristianismo, circuncidarse como requisitos para que también pasaren a ser ciudadanos israelíes:
“A los ocho días de edad será circuncidado todo varón entre vosotros, de generación en generación, tanto el nacido en casa como el comprado por dinero a cualquier extranjero que no sea de tu linaje” (Génesis 17:12).
A pesar de que Pablo había corregido el hecho de que a todo cristiano le es otorgada la ciudadanía de Israel ya que también es considerado parte del pueblo de Dios:
“En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.
Pero ahora en Cristo Jesus, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Efesios 2:12-13).
Por su parte los naturales de Filipos fueron sometidos a Roma desde el año 167 a.C., a partir del 31 a.C., con la categoría de colonia y por disposición del césar Octavio Augusto, gozaron de los privilegios y derechos que las leyes del imperio otorgaban a las ciudades romanas, por lo tanto tenían también de qué sentirse orgulloso.
A su vez el apóstol Pablo gozaba de ambos ciudadanías, la de Israel así como la de Roma y ambas de nacimiento. Tenía mucho de que gloriarse en términos humanos, sin embargo les recuerda a ambos grupos que todo lo tenía por “basura” con tal de ganar a Cristo y de paso la ciudadanía celestial que él ofrece. Pablo estaba consciente de tal galardón, pero al parecer la comunidad de cristianos de Filipos estaba inocente de la buena nueva, por eso la oportuna mención de Pablo:
“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20).
Cómo hacerse ciudadano celestial
Lo cierto es que ningún ser humano es natural del cielo, para llegar al cielo hay que pasar por el proceso de naturalización por medio del cual se te otorga la visa, residencia y la ciudadanía al interesado para que goces de los privilegios (derechos y deberes) codiciados.
La gran diferencia es que la ciudadanía celestial no se puede obtener de manera fraudulenta porque el cónsul celestial no puede ser burlado ya que conoce nuestras intenciones antes de que suban a nuestro corazón. Para entrar a la nación celestial solo hay un camino, "Jesús", y unas normas celestiales a las cuales ajustarse, "la Biblia". No hay viajes en yolas, matrimonios arreglados, machetes o documentos falsificados, polizones, manipulaciones ni sobornos.
¿Qué hará Dios muy pronto con los que en este tiempo creen y obedecen su Palabra?
“Él secará todas sus lágrimas, y ya no habrá muerte ni sufrimiento, ni llanto, ni dolor, porque el mundo que existía antes ya desapareció" (Apocalipsis 21:4).
Todos tenemos la misma oportunidad, no la desprecie.
Que la paz y la gracia del Señor Jesucristo sean contigo hoy y siempre.
Creditos: http://www.aaalawyer.com/spanish/ciudadano.htm, http://www.abogados-de-inmigracion.com