En el artículo anterior, “cuando la Presión nos Vence”, analizamos la cobardía con la cual Poncio Pilato afrontó la presión de la multitud cuando quiso declarar inocente a Jesús. La Biblia es clara en sus afirmaciones:
“Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda (APOCALIPSIS 21:8)”.
En esta entrega traigo la contraparte con un caso Bíblico que merece nuestra atención. Quiero recalcar que tanto el caso de Pilato como el que trataremos en breve están en las Sagradas Escrituras porque Dios quiso que quedaran como marco de referencia para cuando nos toque el turno de actuar.
“Entonces los vecinos, y los que antes le habían visto que era ciego, decían: ¿No es este el que se sentaba y mendigaba? Unos decían: Él es; y otros a él se parece. Él decía: Yo soy (JUAN 9:8-9)”.
El verso anterior hace alusión al ciego de nacimiento que mendigaba a la puerta del templo de Jerusalén. Este hombre recibió un beneficio de parte de Jesús el cual le trajo muchos problemas. Jesús sabía claramente que esto provocaría una revuelta religiosa, en lugar de enfrentarse a las autoridades religiosas del momento, prefirió que este hombre hablara por él, que le fuera un fiel testigo.
Este hombre sentía una profunda gratitud por lo que había hecho Jesús en su vida, así que no temió a los distintos grupos de interés que se amotinaron alrededor de su persona con cuestionamientos que minimizaban a su sanador, Jesús, y el milagro que había recibido.
Lo primero que hace es despejar toda duda de los vecinos y los que antes lo conocían al verlo con la vista recobrada, al encontrarlo no en el lugar acostumbrado, sin las indumentarias para pedir sus ofrendas; a esos les responde: Yo soy.
Los que le interrogaban, más que alegrarse por verle con la vista recobraba, les molestaba que el milagro lo hubiera recibido un sábado, así que no tardaron en llevarlo ante los fariseos para que reconocieran que lo hecho por Jesús quebrantaba las costumbres judías del sábado.
La grandeza de este hombre radica en lo siguiente: a pesar de que su condición no le dejaba gozar por completo del culto a Dios en la sinagoga, desarrolló el sentido auditivo de tal manera que aprendió la ley y los profetas desde afuera de la sinagoga, al mismo tiempo que debía escuchar los pasos de los que llegaban hasta la puerta para extender su manos esperando la limosna.
Mientras los fariseos afirmaron que Jesús no procedía de Dios al escuchar lo que hizo para sanarle, este hombre contradijo sin temor lo dicho por ellos cuando dijo “es profeta”, es decir representante de Dios en la tierra.
Seguía la duda alrededor de su persona, así que llamaron a sus padres para que declararan si este hombre era verdaderamente su hijo que había nacido ciego y para que dijeran como recibió la vista. Sus padres dan fe de que es su hijo, pero no se atreven a repetir lo que su hijo con tanta seguridad afirmaba, así que salen del escenario con la palabra: Edad tiene, pregúntenle a él. Temían a los judíos que ya habían acordado que si alguno confesase que Jesus era el Mesías sería expulsado de la sinagoga.
En este momento es oportuno preguntarnos ¿Hasta dónde somos capaces de llegar por la verdad? Jesús dijo: “y conoceréis la verdad y la verdad nos hará libres”; “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Pilato preguntó que es la verdad, pero no esperó la acertada repuesta de Jesus, se acordó que se debía a una multitud, al clientelismo, y le dio la espalda.
Continuaban lloviendo las falsas acusaciones en contra de Jesus, pero más se esforzaba el que era ciego en contradecir todo lo que escuchaba para exaltarlo; “ese hombre es pecador” afirman los fariseos; “sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ese oye” responde el que era ciego. Con la frase “Si este no viniera de Dios, nada podría hacer” da a entender que Jesus era el Mesías esperado, esto le costó ser expulsado de la sinagoga.
A todo esto, este hombre no conocía a Jesus de vista. Nuevamente aparece Jesús en la escena y al oír que había sido expulsado de la sinagoga, hallándole le pregunta ¿Crees en el hijo de Dios? Respondiendo él, le dijo ¿Quién es Señor para que crea en él? Pues le has visto y el que habla contigo, él es. Y él le dijo creo Señor y le adoró.
Jesús anhela que todo el que diga creo en el Hijo de Dios, también lo demuestre abiertamente ¿Nos sentimos capaces de poder hacerlo?
“No todo el que dice Señor, Señor entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos (MATEO 7:21)”.
“Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí, pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres (MATEO 15:8-9)”.
Que la paz y la gracia del Señor Jesucristo sea contigo hoy y siempre.
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